Eso de ver escrito algo y saber que tú lo podrías haber dicho. Eso de leer unas palabras y sentir que alguien te ha leído el pensamiento. Eso mismo me pasó al oír decir a Susan Perrow que “los cuentos tienen el poder de sanar heridas”.
No es nada nuevo ni nada original. Tengo amigos que llevan muchos años usando los cuentos, creyendo en su poder. También me consta que ante la palabra cuento hay “reticencias” como si nos avergonzara volver a esa época infantil en la que creíamos en príncipes y dragones. Como si la vida fuera otra cosa. Quizás sea otra cosa pero también pudiera ser que al hacernos mayores, nos hacemos rígidos y literales. Nos quedamos pegados a las palabras y no las dejamos crecer y desarrollar esa capacidad que tienen de, sin abandonar la realidad, transformarla. Porque no hay mejor manera para explicar lo difícil, lo inexplicable, lo que sabemos que es verdad aunque no lo podamos demostrar que una narración, una parábola, un cuento. Qué más da el nombre. Hay gente que lo ha sabido desde siempre. Dolores Aleixandre lleva tiempo reivindicando el poder de la narración. Y no sólo lo dice sino que lo hace (lo cual no sólo es más coherente sino más difícil) y además lo hace muy bien (“Ohhhleta” diría mi hijo, que traducido para no iniciados significa “olé por ella”). Y ustedes y yo también lo hemos sabido desde siempre. No deberíamos necesitar de estudios sesudos (que los hay) sobre el poder de una buena historia y sus aplicaciones ya sea en publicidad, educación o terapia. Nos debería bastar la propia experiencia, la propia vida. ¿Qué creyente no ha comprendido a la primera la grandeza del amor de Dios cuando ha oído hablar del “hijo pródigo” o de la oveja perdida? Hasta a nosotros, que no somos pastores, nos conmueve esa historia miles de años después y con un estilo de vida alejado de ese tiempo. Porque ese es uno de los “milagros” de las historias, que consiguen llegar hasta nuestro corazón más allá de los detalles o precisamente gracias a ellos. No necesitamos que nadie nos diga con miles de adjetivos y explicaciones cómo es ese amor, ni pedimos pruebas. A la primera lo “pillamos” ¿Quién no le ha contado una historia a un niño y ha visto en sus ojos y en sus palabras ese “y qué más” que invita a seguir contando porque esos ojos y esos oídos necesitan seguir escuchando? Y lo necesitan más que comer, beber o incluso ir al baño. ¿Quién no ha leído un libro y ha sentido que esas palabras iban dirigidas a uno mismo, que ese libro había sido escrito e impreso para él, para que en ese instante oyera esas palabras y le salvara de sí mismo o le permitiera llorar o comprendiera lo que estaba sintiendo? A la hora de convencer, a la hora de explicar, a la hora de entender nada mejor que una historia, que un cuento, que una parábola. Porque necesitamos historias como necesitamos el pan. De modo que si pueden, cuenten, narren, incluso a sí mismos. Lo necesitamos, de lunes a domingo, este último incluído. Así que, más narración y menos sermón.
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
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