Mi héroe de hoy está en la década de los 70. Se trata más de una referencia a su edad que una metáfora musical. A sus años está jubilado y aunque que le costó entrar en esa categoría, como si le resultara difícil decidir en qué emplear sus habituales 14 horas de trabajo al día, finalmente se decidió y con ello accedió a su segunda vida, la de aprendiz. La primera la dedicó al trabajo, el cual ejerció con bastante tesón y responsabilidad y con esa conciencia de muchos padres de la postguerra de dar a los hijos las oportunidades que la guerra, las circunstancias y/o los orígenes les habían hurtado a ellos. Sin embargo esta segunda vida irónicamente la ha consagrado a lo que la gran mayoría dedicamos nuestros primeros años de vida. A aprender, sí, aprender de aprendizaje. Aprender todo aquello que siempre quiso y que la falta de tiempo y las pérdidas personales le impidieron. Y hacerlo con una curiosidad y disfrute más propio de la infancia que de la vejez. Y ahí radica su superpoder. Tanto es su empeño y su ilusión que pareciera que tuviera toda la vida por delante, incluso para hacer una carrera profesional de ello. El ello en este caso es la inquietud musical, una inquietud que siempre le ha acompañado y que como si de la bella durmiente se tratara ha despertado después de “casi” una eternidad. Es tal el deseo de aprender que le lleva a pasar horas ensayando, mejorando porque para él esa es la clave. Más esfuerzo, más tesón. Tanto que si éste fuera transplantable le pedía un poco para algunos de mis alumnos. En ello se le van las horas, y no las puedo calficar de horas muertas porque son horas muy vivas, horas en las pone todo su ser al servicio de crear algo bello, algo que haga que todos al oírle disfrutemos de la vida cuando menos tanto como él la disfruta. Es un gran superpoder.
Y es por eso que cuando hoy le he visto en el escenario, sólo frente a un público numeroso, bien "plantao" tranquilo y feliz, muy feliz, he dado gracias al cielo por permitirme estar ahí entre ese público. No me ha importado el resultado final ni he sentido la vergüenza ajena que me suele acompañar en estas ocasiones sino orgullo, mucho orgullo. Un orgullo de genes que no es sino la adaptación al siglo XXI del tradicional “orgullo de raza”.
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Hoy 23 de Abril, “día del libro” mi superhéroe no es sólo una persona. Y no, tampoco son Cervantes y Shakespeare aunque sean muy grandes. Mi superhéroe de hoy son tres personas. Y no son la Trinidad. Son tres personas pero en realidad son un equipo, el equipo de biblioteca de mi cole @BBLTKZGZ. ¿Qué cuál es su superpoder? Dejadme que os cuente una historia o al menos que la empiece. Érase una vez un lugar, un espacio lleno de libros deseando ser leídos. Y cuidando de ellos, tres personas que los querían y los cuidaban pero que no se conformaban con eso, querían que los demás también conocieran esos libros, y los leyeran, y los amaran tanto como ellos...
No fue fácil, pero si fuera fácil, no serían superhéroes. Primero convirtieron la biblioteca en un lugar donde deseabas ir ya fueras alumno, profe o padre. Y la pusieron bonita, con esa belleza que no avasalla pero que de la que te resulta fácil separarte. Además la hicieron cómoda para que no te fueras porque te faltara un sillón, un cojín o una alfombra. Y por si esto no fuera suficiente te trataban tan bien que te hicieron sentir en casa. No sé si de manera consciente o no, hicieron eso de “fidelizar clientes”. Y cuando ya te tenían ahí, con las defensas bajas, te “inoculaban” un virus, su virus, el de leer y el de hacerlo bien. Un virus que curiosamente en lugar de hacerte más débil, te hace estar más vivo. Con todas esas argucias, benditas argucias, consiguieron tenernos más tiempo allí, consiguieron que muchos de los libros fueran leídos pero no se conformaron con eso. Decidieron asesorar, apoyar. No sólo les importan sus libros. Cualquier idea, cualquier iniciativa es bien recibida. Tanto que allí están ellos, para apoyarla, desde lo que saben y lo que tienen. Porque eso también lo tienen, les gusta lo mejor pero no se lo reservan, lo comparten y lo reparten como el buen pan. Siempre respetando, pero siempre aportando. Y eso les ha hecho motor y corazón de muchas iniciativas, de algunos proyectos, y de más de una innovación. Y como en los cuentos, su fama poco a poco se ha ido extendiendo y ha llegado hasta lugares lejanos. Y desde ahí llegan emisarios preguntándoles cómo, cuándo… y allí están ellos siempre dispuestos a dar la batalla para que todo el mundo lea… y lea bien. Rafa también es profe, pero es mucho más que un profe. Dicen sus alumnos que Rafa no enseña contenidos, que “enseña de la vida”. Y lo enseña no sólo a sus alumnos, también a su familia, también a sus amigos. Es su “superpoder”, su don.
Rafa va siempre a lo profundo, a lo que da sentido, a lo que tiene valor. Es difícil sustraerse a sus ojos azules y a su voz, pero sobre todo es muy difícil sustraerse a su conversación. Risa y dolor, justicia y pasión, todo ello junto pero no revuelto, con el mismo equilibrio y cuidado que pone al preparar un plato. Porque es amante de la cocina y de la buena mesa sobre todo si se trata de compartir lo blanco, lo negro y hasta lo gris de la vida que sabéis que para todo hay. Y en ese compartir, aunque sus palabras nunca invaden y más bien acarician, siempre logra con cada caricia quitarte algo que te sobra. A cambio te deja su “poso”, un “poso” que le hace un gran compañero no sólo de profesión sino también de vida. Gracias a él, conozco y añoro Nicaragua. Me llevó primero con sus palabras y después de su mano. Una mano que no aprisiona, que está ahí para que la sueltes y la cojas, siempre ahí. Una mano nudosa que igual cava en el huerto que toca la viola. Porque así es él, a veces realista y pegado a la tierra y otras idealista persiguiendo utopías. Sin contradicción o mejor aún, con la esa contradicción que humaniza, que aleja falsos “radicalismos”. Eso sí, él no es relativo, no todo vale, hay cosas muy valiosas a las que dedica tiempo y cariño más allá de los desengaños y otras a las que ha aprendido a tratar con asertividad y decir “hasta aquí” algo que hace con la misma mano que se eleva y se abre cuando te acoge, en su casa, en su mesa o en su vida, la misma vida sobre la que enseña dentro y fuera del aula. No será la última pero va a ser la primera. Ha habido, hay y habrá muchos superhéroes entre mis alumnos pero empezaré por B. La conocí cuando tenía 14 años y ya era pura vida. Sé que alguno pensará que a esa edad todos lo somos pero no siempre es así. En B. sí. Porque ese era su “superpoder” y lo sigue siendo. Vive con pasión, con arrojo todo lo que se propone. Siempre había una risa a punto de salir en su boca y sus ojos no te miraban, te “devoraban” intentando absorber todo lo que decías. A pesar de ser adolescente, huía de la apariencia, de lo superficial. Recuerdo cómo me decía indignada: “Yo antes estaba gorda (no era ni es de eufemismos) y no te puedes imaginar la de gente que ni me dirigía la palabra y ahora que estoy delgada sí que lo hacen”
Cuando la conocí ya apuntaba maneras pero con el tiempo, todo ese torrente vital, todo ese interés por el mundo, todo ese corazón que se entrega en cada gesto se fue desarrollando y potenciando. Estudió como si todo lo que aprendía le fuera a ser útil. Tomó conciencia de sus privilegios y optó por los que no los tenían. Nunca se creyó líder aunque fuera capaz de movilizar montañas. Perdimos el contacto y lo recuperamos. La vida la trataba bien o ella trataba bien a la vida porque la honraba, la aprovechaba al máximo. Verla era siempre un “subidón”. Conseguía transmitir todo su entusiasmo, toda su pasión a aquellos con los que se cruzaba. Y de repente, esa misma vida se le quebró. Se tuvo que enfrentar a una situación durísima, a un dolor grande y ahí es cuando demostró que todo lo anterior no era “postureo”, que su “superpoder” era real, que no dependía de tener el viento a favor. Se enfrentó y se enfrenta a la tormenta con valor y lo más difícil, con gratitud. La miro y la admiro. Y siento que ahora me toca aprender a mí. Que ahora le toca enseñar a ella, usar ese “superpoder” con responsabilidad y no olvidar nunca que “inspirar pasión es su destino”. Mi superhéroe de hoy es un compañero de profesión. Es profe. Y, pese a lo que a algunos les pueda parecer, ser profesor no te excluye de la lista de superhéroes, es más yo creo que te da puntos. Conozco a más de uno pero hoy toca hablar de Carlos. Hay muchas razones pero la primera es la urgencia. Carlos está a punto de jubilarse y ya sabéis que con la jubilación además del tiempo libre llegan las cenas y los discursos. Que conste que no me parecen mal y que yo he participado en bastantes pero siempre pienso lo mismo: ¿por qué esperar al final de la trayectoria profesional para decirle a alguien lo bueno que es, o lo que ha aportado o el recuerdo que ha ido dejando?¿por qué no se puede hacer eso a medio camino, cuando en el balance personal y vital hay desengaños pero mantienes la ilusión, cuando a pesar del mucho camino recorrido sigue habiendo horizonte?¿Por qué las alabanzas son siempre un corolario y no una palmada en el hombro para seguir avanzando?. Yo conocí a Carlos en ese momento de su vida así que no tenía elementos suficientes para glosar sus méritos. Ahora sí los tengo y aprovecho que aún le quedan unos meses, que aún es mi compañero y que nadie me obliga a hablar bien de él. Más bien se lo debo. Él fue mi primer director y lo siento por los que han venido después pero para mí el siempre será “mi director”. Todavía cuando reflexiono o hablo sobre habilidades directivas pienso en él. Cómo ser cercano y a la vez referente, cómo delegar tareas pero dar también la autonomía necesaria para realizarlas, cómo tener el rumbo en la cabeza pero compartir la navegación. Cómo ser reflexivos y rigurosos en los porqués pero innovadores y creativos en los cómos. Cómo ser capitán, un “supercapitán”
Luego la vida nos hizo amigos y con los amigos, a mí al menos, me resulta difícil ser objetiva. Sin embargo en este caso creo que no me excedo y que hasta sus enemigos (¿quién no tiene enemigos?) le reconocerán esa curiosidad por todo y por todos, ese “ponerse en primera fila” para aprender siempre, esa capacidad de admirar que no se ha visto nublada por los años. Porque ese es su superpoder. Es un “grande” aprendiendo y eso le hace ser un “grande” enseñando. Tan grande que pareciera que siempre va a estar ahí, para comentar lo último en innovación educativa o qué podemos hacer para que nuestros alumnos “piensen” de verdad. Me resulta extraño y doloroso hacerme a la idea de que mi trayectoria profesional a partir de ese momento ya no va a estar unida a la suya, que en ese asiento de primera fila ya no estará él y que nadie nos recordará la historia del colegio. Es difícil aceptar que el superhéroe no va a estar siempre ahí cuando lo necesitemos. Pero consuela pensar que podré seguir compartiendo risas, comidas y vida con mi amigo el superhéroe que para mí siempre será “Oh capitán, mi capitán”. Mi primer superhéroe es en realidad una superheroína. Se llama Martina y aunque les suene a nombre de moda para niñas, ella ya no lo es tanto. Tiene 105 años y es mi abuela.
Martina ha visto de todo en estos 105 años y a pesar de todo tiene la mirada limpia. Mi abuela es alguien muy pequeño... y muy grande. ¿Por qué hablo de ella?¿Por qué inaugurar esta sección con un "cachito" de mi vida y de mi historia? Por varias razones. Son precisamente sus manos las que ilustran la cabecera de este espacio, porque son precisamente sus manos las que, con sólo mirarlas, me dicen muchas cosas. Me dicen que esta mujer, como tantas y tantas de su generación, saben cosas que ni todos nuestras licenciaturas, másteres y doctorados lograrán enseñarnos. Ella sabe que el dolor y la frustración es parte inherente de la vida. Sabe que vivir es ganar a veces y perder muchas más. Y lo sabe porque lo ha vivido. Esa sabiduría es su superpoder. Nuestra vida, aquí en nuestra sociedad, nunca ha tenido tantas posibilidades. Los avances médicos y tecnológicos no dejan de sorprendernos. Y sin embargo, la felicidad que debería ir paralela a todas estas posibilidades parece rehuirnos. Cuanto más "desarrollado" está un país, mayores son sus tasas de depresión y ansiedad. ¿Qué estamos haciendo mal?, o mejor, ¿qué hemos perdido por el camino? Parece ser que el luchar contra el sufrimiento no nos libra de él, que el evitar a toda costa "encontrarnos mal" no es la solución. Y es aquí donde los superpoderes de nuestros mayores tienen la palabra. Es necesario echar la vista atrás, a la vida de nuestros padres y abuelos y no mirarla con la arrogancia del que siente que su vida es mucho mejor sino con la humildad y el agradecimiento del que siente que tras esa vida, esos sinsabores, hay un aprendizaje que hacer y transmitir. Es necesario que nuestros hijos, nuestros alumnos sepan que no siempre las cosas les van a salir como quieren, que el ser bueno no siempre tiene recompensa o no al menos la que ellos esperan y que tener miedo o estar triste a veces, no es síntoma que requiera diagnóstico. Es necesario aprender que el sufrimiento no puede paralizar nuestra vida. Que estar pasándolo mal no justifica dejar de dar sentido a cada minuto de nuestra vida. Que se puede vivir, y crear, y reir a pesar de los malos ratos. Martina sigue viviendo y riendo. Y todo ello a pesar del hambre, de los hijos perdidos y del luto constante desde los 16 años. La miro y veo una mujer humilde y sin estudios, que aprendió a leer sola y que sigue haciéndolo a diario a sus 105 años. La miro y deseo que además de unos genes longevos, me haya transmitido algo de su superpoder, algo de su sabiduría. |
AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archivos
Junio 2016
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