Mi héroe de hoy está en la década de los 70. Se trata más de una referencia a su edad que una metáfora musical. A sus años está jubilado y aunque que le costó entrar en esa categoría, como si le resultara difícil decidir en qué emplear sus habituales 14 horas de trabajo al día, finalmente se decidió y con ello accedió a su segunda vida, la de aprendiz. La primera la dedicó al trabajo, el cual ejerció con bastante tesón y responsabilidad y con esa conciencia de muchos padres de la postguerra de dar a los hijos las oportunidades que la guerra, las circunstancias y/o los orígenes les habían hurtado a ellos. Sin embargo esta segunda vida irónicamente la ha consagrado a lo que la gran mayoría dedicamos nuestros primeros años de vida. A aprender, sí, aprender de aprendizaje. Aprender todo aquello que siempre quiso y que la falta de tiempo y las pérdidas personales le impidieron. Y hacerlo con una curiosidad y disfrute más propio de la infancia que de la vejez. Y ahí radica su superpoder. Tanto es su empeño y su ilusión que pareciera que tuviera toda la vida por delante, incluso para hacer una carrera profesional de ello. El ello en este caso es la inquietud musical, una inquietud que siempre le ha acompañado y que como si de la bella durmiente se tratara ha despertado después de “casi” una eternidad. Es tal el deseo de aprender que le lleva a pasar horas ensayando, mejorando porque para él esa es la clave. Más esfuerzo, más tesón. Tanto que si éste fuera transplantable le pedía un poco para algunos de mis alumnos. En ello se le van las horas, y no las puedo calficar de horas muertas porque son horas muy vivas, horas en las pone todo su ser al servicio de crear algo bello, algo que haga que todos al oírle disfrutemos de la vida cuando menos tanto como él la disfruta. Es un gran superpoder.
Y es por eso que cuando hoy le he visto en el escenario, sólo frente a un público numeroso, bien "plantao" tranquilo y feliz, muy feliz, he dado gracias al cielo por permitirme estar ahí entre ese público. No me ha importado el resultado final ni he sentido la vergüenza ajena que me suele acompañar en estas ocasiones sino orgullo, mucho orgullo. Un orgullo de genes que no es sino la adaptación al siglo XXI del tradicional “orgullo de raza”.
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archivos
Junio 2016
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