Rafa también es profe, pero es mucho más que un profe. Dicen sus alumnos que Rafa no enseña contenidos, que “enseña de la vida”. Y lo enseña no sólo a sus alumnos, también a su familia, también a sus amigos. Es su “superpoder”, su don.
Rafa va siempre a lo profundo, a lo que da sentido, a lo que tiene valor. Es difícil sustraerse a sus ojos azules y a su voz, pero sobre todo es muy difícil sustraerse a su conversación. Risa y dolor, justicia y pasión, todo ello junto pero no revuelto, con el mismo equilibrio y cuidado que pone al preparar un plato. Porque es amante de la cocina y de la buena mesa sobre todo si se trata de compartir lo blanco, lo negro y hasta lo gris de la vida que sabéis que para todo hay. Y en ese compartir, aunque sus palabras nunca invaden y más bien acarician, siempre logra con cada caricia quitarte algo que te sobra. A cambio te deja su “poso”, un “poso” que le hace un gran compañero no sólo de profesión sino también de vida. Gracias a él, conozco y añoro Nicaragua. Me llevó primero con sus palabras y después de su mano. Una mano que no aprisiona, que está ahí para que la sueltes y la cojas, siempre ahí. Una mano nudosa que igual cava en el huerto que toca la viola. Porque así es él, a veces realista y pegado a la tierra y otras idealista persiguiendo utopías. Sin contradicción o mejor aún, con la esa contradicción que humaniza, que aleja falsos “radicalismos”. Eso sí, él no es relativo, no todo vale, hay cosas muy valiosas a las que dedica tiempo y cariño más allá de los desengaños y otras a las que ha aprendido a tratar con asertividad y decir “hasta aquí” algo que hace con la misma mano que se eleva y se abre cuando te acoge, en su casa, en su mesa o en su vida, la misma vida sobre la que enseña dentro y fuera del aula.
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No será la última pero va a ser la primera. Ha habido, hay y habrá muchos superhéroes entre mis alumnos pero empezaré por B. La conocí cuando tenía 14 años y ya era pura vida. Sé que alguno pensará que a esa edad todos lo somos pero no siempre es así. En B. sí. Porque ese era su “superpoder” y lo sigue siendo. Vive con pasión, con arrojo todo lo que se propone. Siempre había una risa a punto de salir en su boca y sus ojos no te miraban, te “devoraban” intentando absorber todo lo que decías. A pesar de ser adolescente, huía de la apariencia, de lo superficial. Recuerdo cómo me decía indignada: “Yo antes estaba gorda (no era ni es de eufemismos) y no te puedes imaginar la de gente que ni me dirigía la palabra y ahora que estoy delgada sí que lo hacen”
Cuando la conocí ya apuntaba maneras pero con el tiempo, todo ese torrente vital, todo ese interés por el mundo, todo ese corazón que se entrega en cada gesto se fue desarrollando y potenciando. Estudió como si todo lo que aprendía le fuera a ser útil. Tomó conciencia de sus privilegios y optó por los que no los tenían. Nunca se creyó líder aunque fuera capaz de movilizar montañas. Perdimos el contacto y lo recuperamos. La vida la trataba bien o ella trataba bien a la vida porque la honraba, la aprovechaba al máximo. Verla era siempre un “subidón”. Conseguía transmitir todo su entusiasmo, toda su pasión a aquellos con los que se cruzaba. Y de repente, esa misma vida se le quebró. Se tuvo que enfrentar a una situación durísima, a un dolor grande y ahí es cuando demostró que todo lo anterior no era “postureo”, que su “superpoder” era real, que no dependía de tener el viento a favor. Se enfrentó y se enfrenta a la tormenta con valor y lo más difícil, con gratitud. La miro y la admiro. Y siento que ahora me toca aprender a mí. Que ahora le toca enseñar a ella, usar ese “superpoder” con responsabilidad y no olvidar nunca que “inspirar pasión es su destino”. |
AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archivos
Junio 2016
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