Mi primer superhéroe es en realidad una superheroína. Se llama Martina y aunque les suene a nombre de moda para niñas, ella ya no lo es tanto. Tiene 105 años y es mi abuela.
Martina ha visto de todo en estos 105 años y a pesar de todo tiene la mirada limpia. Mi abuela es alguien muy pequeño... y muy grande. ¿Por qué hablo de ella?¿Por qué inaugurar esta sección con un "cachito" de mi vida y de mi historia? Por varias razones. Son precisamente sus manos las que ilustran la cabecera de este espacio, porque son precisamente sus manos las que, con sólo mirarlas, me dicen muchas cosas. Me dicen que esta mujer, como tantas y tantas de su generación, saben cosas que ni todos nuestras licenciaturas, másteres y doctorados lograrán enseñarnos. Ella sabe que el dolor y la frustración es parte inherente de la vida. Sabe que vivir es ganar a veces y perder muchas más. Y lo sabe porque lo ha vivido. Esa sabiduría es su superpoder. Nuestra vida, aquí en nuestra sociedad, nunca ha tenido tantas posibilidades. Los avances médicos y tecnológicos no dejan de sorprendernos. Y sin embargo, la felicidad que debería ir paralela a todas estas posibilidades parece rehuirnos. Cuanto más "desarrollado" está un país, mayores son sus tasas de depresión y ansiedad. ¿Qué estamos haciendo mal?, o mejor, ¿qué hemos perdido por el camino? Parece ser que el luchar contra el sufrimiento no nos libra de él, que el evitar a toda costa "encontrarnos mal" no es la solución. Y es aquí donde los superpoderes de nuestros mayores tienen la palabra. Es necesario echar la vista atrás, a la vida de nuestros padres y abuelos y no mirarla con la arrogancia del que siente que su vida es mucho mejor sino con la humildad y el agradecimiento del que siente que tras esa vida, esos sinsabores, hay un aprendizaje que hacer y transmitir. Es necesario que nuestros hijos, nuestros alumnos sepan que no siempre las cosas les van a salir como quieren, que el ser bueno no siempre tiene recompensa o no al menos la que ellos esperan y que tener miedo o estar triste a veces, no es síntoma que requiera diagnóstico. Es necesario aprender que el sufrimiento no puede paralizar nuestra vida. Que estar pasándolo mal no justifica dejar de dar sentido a cada minuto de nuestra vida. Que se puede vivir, y crear, y reir a pesar de los malos ratos. Martina sigue viviendo y riendo. Y todo ello a pesar del hambre, de los hijos perdidos y del luto constante desde los 16 años. La miro y veo una mujer humilde y sin estudios, que aprendió a leer sola y que sigue haciéndolo a diario a sus 105 años. La miro y deseo que además de unos genes longevos, me haya transmitido algo de su superpoder, algo de su sabiduría.
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archivos
Junio 2016
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