Rafa también es profe, pero es mucho más que un profe. Dicen sus alumnos que Rafa no enseña contenidos, que “enseña de la vida”. Y lo enseña no sólo a sus alumnos, también a su familia, también a sus amigos. Es su “superpoder”, su don.
Rafa va siempre a lo profundo, a lo que da sentido, a lo que tiene valor. Es difícil sustraerse a sus ojos azules y a su voz, pero sobre todo es muy difícil sustraerse a su conversación. Risa y dolor, justicia y pasión, todo ello junto pero no revuelto, con el mismo equilibrio y cuidado que pone al preparar un plato. Porque es amante de la cocina y de la buena mesa sobre todo si se trata de compartir lo blanco, lo negro y hasta lo gris de la vida que sabéis que para todo hay. Y en ese compartir, aunque sus palabras nunca invaden y más bien acarician, siempre logra con cada caricia quitarte algo que te sobra. A cambio te deja su “poso”, un “poso” que le hace un gran compañero no sólo de profesión sino también de vida. Gracias a él, conozco y añoro Nicaragua. Me llevó primero con sus palabras y después de su mano. Una mano que no aprisiona, que está ahí para que la sueltes y la cojas, siempre ahí. Una mano nudosa que igual cava en el huerto que toca la viola. Porque así es él, a veces realista y pegado a la tierra y otras idealista persiguiendo utopías. Sin contradicción o mejor aún, con la esa contradicción que humaniza, que aleja falsos “radicalismos”. Eso sí, él no es relativo, no todo vale, hay cosas muy valiosas a las que dedica tiempo y cariño más allá de los desengaños y otras a las que ha aprendido a tratar con asertividad y decir “hasta aquí” algo que hace con la misma mano que se eleva y se abre cuando te acoge, en su casa, en su mesa o en su vida, la misma vida sobre la que enseña dentro y fuera del aula.
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archivos
Junio 2016
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