En mi casa no ponemos el Belén en Navidad … porque lo tenemos puesto todo el año. Podría decir que lo hacemos para recordarnos que todo el año debería ser Navidad, pero no sería verdad. Mi casa es pequeña, de modo que si eres una escultura lo difícil es que te elija para ocupar un espacio en mi hogar, pero una vez que lo has conseguido, tienes el alojamiento asegurado durante largo tiempo. Sí, me cuesta mucho quitar un objeto cuando ha pasado mucho tiempo conmigo, no sé si por querencia o por desidia.
Y así pasó con el Belén (en realidad es sólo el Misterio). Me lo regalaron en abril, pasaron los meses, llegó la Navidad y ahí seguía. Pasó esa navidad y continuó ahí hasta la siguiente, y la siguiente… No voy a hablar de lo que estas figuras han visto a lo largo de estos años, ni de las veces que mi mirada se ha posado en ellas y aquellas en las que, a veces, les he rezado. Tampoco voy a hablar de lo bonito que es, de la delicadeza con que sus rostros fueron tallados y la serenidad que transmiten. Ni siquiera me voy a centrar en la Virgen y el niño, protagonistas indiscutibles. Y no voy a hacerlo porque no es mi punto de vista el que cuenta en esta historia. Es el de mi hijo, M. M. es pequeño, tanto que su vida aún se cuenta en meses, pero no tanto como para necesitar de mi mano para explorar el mundo. Desde que empezó a andar y a recorrer la casa con sus pasitos, las cosas aparecen y desaparecen, se mueven o se caen “misteriosamente”… excepto el Misterio. Desde el principio y desde el primer NO, es el único objeto que respeta. No sé muy bien la razón, pero se acerca, toca, mueve todo lo que hay alrededor, mira a San José, la Virgen y el niño y continúa con sus habilidades manipulativas. O al menos eso creía yo hasta hace poco. Cuando ves las cosas día tras día te cuesta reconocer cualquier cambio en ellas. Supongo que con las personas nos pasa lo mismo. No temáis, no pienso tirar de este hilo, no me voy a desviar del tema. Sigo con mi historia. De repente un día descubrí que en el regazo de San José había 2 piedras. No me costó mucho intuir que M. había decidido rellenar el hueco que había sus manos. Le observé y comprobé con qué mimo cogía entre sus deditos una a una un par piedras decorativas que había en un plato y las ponía en las manos de San José. Para que no estuvieran vacías, para que San José también tuviera algo porque la Virgen tenía al niño pero él… Al principio sólo me hizo gracia pero luego, con ese afán metafórico que me da en ocasiones, me puse a pensar en que todos éramos un poquito San José y más en Navidad. Estamos ahí, junto a la Virgen y el Niño, sobrecogidos ante la magnitud y la grandeza del Misterio, nada menos que un Dios hecho niño. No sabemos muy bien qué hacer ni qué decir, así que ponemos nuestras manos en actitud orante y esperamos que alguien o algo llegue también a nuestro regazo. Y si sabemos esperar llegará, aunque sean piedras, aunque nos parezcan piedras. Alguien con el mismo cuidado que M. llenará esas manos vacías y en ese momento, justo en ése, estará completo el Misterio. Ójalá esta actitud, esta humildad, este deseo de acoger se convierta en algo familiar, algo a lo que no sepamos renunciar y nos acompañe todo el año, como me pasa a mí con Belén de mi casa. De todo esto hace ya 5 años y el belén sigue ahí… y las piedras también. FELIZ NAVIDAD!
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
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