“Septiembre es el verdadero enero”. Lo leí en una revista de moda y aún sabiendo el riesgo que corro al mostrarles mi parte frívola, no puedo evitar estar más de acuerdo.
Aunque no es el primer mes del año, todo empieza en septiembre. El curso escolar condiciona la vida no sólo de estudiantes y profesores sino de padres, abuelos, centros comerciales, televisión… Todos, de un modo u otro, empezamos algo en septiembre. Y ahora que todos empezamos algo, yo quiero hablar de fracaso. Me consta que hablar de comienzo y de fracaso puede resultar contradictorio o peor aún, de mal gusto. Nadie quiere fracasar, no está “bien visto”. Tendemos a evitarlo, incluso a alejarlo de nuestro vocabulario como si su sola mención lo hiciera real. A pesar de todo ello, yo quiero nombrarlo e incluso bendecirlo (decir bien). Es necesario fracasar. Sin fracaso no hay creatividad, no hay avance. Si algo he aprendido en mis años de estudio (como ven, me las he ingeniado para que no terminen el artículo recordando sólo mi parte frívola) es que el conocimiento, los descubrimientos, son fruto de una sucesión de errores ( y de mucha tenacidad, por supuesto). Es importante hacerlo. Cada fracaso encierra una oportunidad de crecimiento, cada error supone un aprendizaje del que privamos a alguien cuando le evitamos que fracase. Ténganlo en cuenta no sólo en su vida sino en la de aquellos que les rodean, sobre todo si tienen que ver con su educación. Quien no ha oído o pronunciado alguna vez “es que no quiero que lo pase mal” o “si yo puedo evitárselo”. Y aunque se hace con la mejor intención y para evitar un sufrimiento, el resultado a largo plazo suele ser mayor sufrimiento y la intención resulta no ser la mejor. Si no dejamos que alguien caiga y aprenda a levantarse, le estamos limitando su vida. Si me preguntaran cuál es el mejor regalo que se puede hace a un hijo, educativamente hablando, no lo dudaría: obstáculos. O citando al grupo educativo INED 21: “No podemos evitarles la grandeza de equivocarse: ahí comienza la vida y lo que llamamos educación”. Es bueno. No sólo nos enseña a aprender y a vivir. Fracasar nos hace conscientes de nuestras propias limitaciones. Nos hace sabernos débiles y poquita cosa. Y esa es la fisura que en ocasiones utiliza la Gracia para inundar nuestra vida. Como ven, he puesto mis palabras y mi empeño en convencerles de que dejemos de considerar el fracaso como una maldición a evitar, pero por si aún no les convencido, les propongo lo siguiente: salgan a la calle esta tarde y contemplen el atardecer, ese fracaso del sol que se repite a diario. Quizás la belleza del momento les impida llamarlo fracaso. No importa, en cualquier caso, Bendito Fracaso.
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
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