“Cada uno es hijo de su tiempo” solemos decir cuando queremos reflejar hasta qué punto el momento en que nos ha tocado vivir nos configura y nos define. Suponiendo que esto sea así, considero que el tiempo que a ustedes y a mí nos ha tocado en suerte nos convierte en individuos que optan por la vida activa y cuestionan la vida contemplativa. Somos seres de planificación y de agenda, de llenar los minutos con actividades o preparativos. Cuando un momento lo tenemos vacío, solemos emplearlo en pensar qué haremos en el siguiente. Y no me refiero sólo al trabajo, también nuestro ocio es una sucesión de planes bien diseñados en los que no solemos dejar al azar ni el lugar en el que vamos a comer.
Pues bien, en estos tiempos en los que la distancia entre la vida activa y la vida contemplativa es mayor que nunca, el verano se nos ofrece como una especie de tiempo litúrgico (salvando todas las distancias que se les puedan ocurrir) en el que se nos brinda la oportunidad de recuperar el valor de la contemplación. El valor de la mirada y la presencia. Es sorprendente lo que nos cuesta “mirar” a nuestro alrededor sin prisas, sin juicios, sin esperar a que ocurra algo, simplemente posando la mirada. Resulta curioso cómo lo más fácil se convierte en lo más difícil y estamos más preparados para la multitarea que para no hacer nada y simplemente “estar”. A lo largo de estos meses llegarán para algunos, ójala que para muchos, los tan esperados días de vacaciones, días de simplemente “estar”, días de “no hacer nada”. Y aquí va mi invitación: les invito a “no hacer nada” sino… disfrutar de la conversación de los amigos sin el “me tengo que marchar” habitual; celebrar esa comida familiar que se repite cada verano como un ritual; admirar e incluso emocionarse ante ese sol que se pone lenta y elegantemente; nutrirse de la sabiduría de un libro al que le tienes muchas ganas; sentir la caricia del aire en ese cuerpo que te acompaña y que envejece contigo. Estar dispuesto a recibir todos estos regalos inesperados y a dar gracias por ellos. Estemos donde estemos, estoy segura de que estas vacaciones nos brindarán momentos para ello. No los desperdiciemos. No renunciemos a disfrutar el “dolce far niente” del verano, esa dulce pereza que guarda en su seno semillas que harán fecundo el resto del año.
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
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