A veces les digo a mis alumnos ante algunas de sus quejas y lamentos: “Siempre hay dos opciones, poner excusas o buscar soluciones” Es una frase de esas aplicable a varias situaciones o personas empezando por uno mismo. No importa la edad, no importa el trabajo ni la responsabilidad, siempre podemos poner excusas o buscar soluciones. Las excusas son muy buenas disfrazándose de modo que pueden resultar de lo más convincentes: “no, es que depende de muchos factores… hay que estudiarlos todos” Balones fuera para no aceptar que tú eres uno de esos factores y ponerle remedio. “A ellos también les ha pasado” Mi madre que es de tierra de refranes diría “mal de muchos, consuelo de tontos” No seré yo como hija la que le quite la razón y además añadiría que me sorprende cómo nos hermana el “infortunio” frente a la poca solidaridad del triunfo. “No, es que ha pasado esto… “ Y qué casualidad, el esto siempre es un factor externo que escapa a nuestro control y del que por lo tanto no podemos hacernos responsables.
Bendito autoengaño. Nos mantiene a salvo, tranquilos, pero no cambia nada o peor aún, no nos deja la libertad de elegir el camino porque siempre están ahí los imponderables multifactores, la mayoría o el fatal destino sin darnos cuenta que cuando nos “acogemos” en el regazo de las excusas nos protegemos… y a la vez nos limitamos. Por el contrario, cuando decidimos aceptar nuestra parcela de responsabilidad, aunque al principio duele, y a veces mucho… luego esa herida se cierra y “sana”, y lo hace bien. Cuesta asumir que quizás se ha hecho algo mal, que posiblemente esto se pueda resolver mejor, que ha habido exceso de confianza, que nos hemos equivocado. Pero después de esa punzada inicial viene la libertad de pensar opciones, ver cómo se podría reconducir la situación, convencerse de que se puede cambiar. Cuando uno asume que el rumbo que ha tomado es erróneo también asume que está decidiendo el rumbo y que por lo tanto se puede virar. Los errores duelen pero bien gestionados nos hacen dueños de nuestro destino, nos hacen más libres. Y como todo, o casi todo en la vida, con la repetición viene el hábito. Así que nos toca elegir qué tipo de personas, de instituciones queremos llegar a ser: de las que ponen excusas o de las que buscan soluciones. Your choice.
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Desde siempre, me ha atraído la gente con talento: para el arte, para la ciencia, para sonreir o para hacer feliz. Desde casi siempre, he sabido reconocer ese talento a mi alrededor: en alumnos, en compañeros, en amigos y en la familia. Pero sólo desde hace algún tiempo, me preocupa la gestión de ese talento. O mejor dicho su mala gestión.
Cuando oigo sobre un alumno talentoso: “sí, es muy bueno en esto pero sin embargo…” o a un directivo no contar con alguien con talento para evitar que se lo vaya a “creer” me planteo porqué le tenemos miedo al talento. Y se me ocurren varias respuestas, cada uno tendrá que elegir la suya como yo en un momento dado elegí la mía. Quizás quien habla detrás de esas expresiones puede ser nuestra propia inseguridad personal, el pensar que las buenas cualidades de otra persona nos hacen a nosotros de menos, cuando no es así porque no se trata de vasos comunicantes. También puede ser nuestra mediocridad la protagonista de esas sentencias. Esa mediocridad que hace que sabiéndonos en el fondo menos talentosos nos neguemos a aceptarlo impidiendo que el otro ocupe el lugar que le corresponde. Llámese miedo, llámese inseguridad, envidia o mediocridad… le pongamos el nombre que queramos provoca daños y perjuicios. Y no me refiero sólo a daños personales, que de esos me ocuparé en otro momento. Provoca también daños a nivel grupo, organización, proyectos. Si no dejamos que el talento se desarrolle, si pensamos en nuestros miedos en lugar de en nuestros horizontes estamos bloqueando ideas, “matando” iniciativas y lo que es peor, enseñando a los que aprenden de nosotros que hay que ocultar el talento, que es mejor pasar desapercibido, que no hay que poner el talento al servicio del bien común porque lo común es no querer bien al talento. También es verdad que el brillo es muy difícil de esconder y a veces, me gustaría pensar que bastantes veces, sale a la luz. Y cuando lo hace siempre hay quien ve arrogancia en ese brillo, siempre hay quien parece exigir que ese brillo sea “humilde” y lo pongo entre comillas porque cuantas veces detrás de esta humildad que pedimos no están de nuevo miedos, inseguridades, mediocridades… Aprovecho para usar uno de esos argumentos de autoridad que dan calidad a un texto. En este caso la autoridad la da Santa Teresa al decir que “la verdadera humildad es andar en verdad”. Pues eso, que a veces no es soberbia ni arrogancia la que muestra ese alumno, ese amigo, ese compañero o ese ponente con talento que tenemos delante sino que simplemente expone lo que tiene, lo que sabe, lo que ha aprendido (quien sabe si a veces con dolor) así que no le hagamos ir pidiendo disculpas por la vida por tener talento. No hay nada que perdonar. En mi tierra hay un colegio que interesa al mundo. No es literal pero “casi”, porque hoy un colegio de Zaragoza es noticia en “El Mundo”. Se trata del colegio público “Ramón y Cajal” de Alpartir, uno de esos centros rurales agrupados en los que niños de distintas edades comparten aula. Eso, evidentemente no es noticia. Pero sí lo es el hecho de que todo el pueblo está implicado en esta escuela de modo que podríamos decir como dice el titular de la noticia que la escuela es el pueblo o el pueblo es la escuela, tanto monta, monta tanto. Padres y personas mayores del pueblo intervienen y colaboran en los proyectos enseñando a los alumnos y por qué no, dejándose enseñar por ellos. Esto hace que no sólo se aprendan matemáticas o ciencias, que se aprenden, sino que “cale” en los niños y adolescentes un respeto por sus mayores y por su sabiduría acumulada a lo largo de los años. Este es uno de los aspectos que más me gusta de este cole. De hecho, si como recogen muchos estudios, la implicación de las familias y de la comunidad es uno de los indicadores de “escuelas del s.XXI”, este colegio tiene todos los puntos para estar ahí. Pero no solamente tiene esos puntos, también tiene el de no “encerrar” el proceso de enseñanza-aprendizaje en el aula, o dicho de otro modo el de considerar que el aula va más allá de las 4 paredes, que aprendemos aunque no haya silla, pupitre y pizarra. Aspectos que sabemos importantes y que tanto nos cuesta poner en práctica. Aspectos que lo han hecho entrar a formar parte de las “Escuelas Changemaker” de Ashoka.
También en mi tierra, hay una cierta tendencia a no valorar a veces a los de casa o a mirar con suspicacia sus avances. Perdónenme pero yo en esta ocasión no voy a entrar a ese trapo. Supongo que tendrán sus problemas, como todos, pero ellos al menos han sido capaces de poner en valor sus ventajas. Felicidades a Juan Antonio Rodríguez, el director del colegio. No lo conozco personalmente pero me temo que proyectos así no salen adelante sin alguien que ejerza un buen liderazgo. Felicidades esos cinco profesores por su implicación que supongo que les supondrá más trabajo pero también más satisfacción y junto a ellos felicidades a toda la comunidad educativa que en este caso me temo que abarca a todo el pueblo. Felicidades a todos por lo logrado y por lo soñado, que estoy segura se traducirá en más logros, sin necesidad de ir muy lejos, aquí en mi tierra. |
AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
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