Desde siempre, me ha atraído la gente con talento: para el arte, para la ciencia, para sonreir o para hacer feliz. Desde casi siempre, he sabido reconocer ese talento a mi alrededor: en alumnos, en compañeros, en amigos y en la familia. Pero sólo desde hace algún tiempo, me preocupa la gestión de ese talento. O mejor dicho su mala gestión.
Cuando oigo sobre un alumno talentoso: “sí, es muy bueno en esto pero sin embargo…” o a un directivo no contar con alguien con talento para evitar que se lo vaya a “creer” me planteo porqué le tenemos miedo al talento. Y se me ocurren varias respuestas, cada uno tendrá que elegir la suya como yo en un momento dado elegí la mía. Quizás quien habla detrás de esas expresiones puede ser nuestra propia inseguridad personal, el pensar que las buenas cualidades de otra persona nos hacen a nosotros de menos, cuando no es así porque no se trata de vasos comunicantes. También puede ser nuestra mediocridad la protagonista de esas sentencias. Esa mediocridad que hace que sabiéndonos en el fondo menos talentosos nos neguemos a aceptarlo impidiendo que el otro ocupe el lugar que le corresponde. Llámese miedo, llámese inseguridad, envidia o mediocridad… le pongamos el nombre que queramos provoca daños y perjuicios. Y no me refiero sólo a daños personales, que de esos me ocuparé en otro momento. Provoca también daños a nivel grupo, organización, proyectos. Si no dejamos que el talento se desarrolle, si pensamos en nuestros miedos en lugar de en nuestros horizontes estamos bloqueando ideas, “matando” iniciativas y lo que es peor, enseñando a los que aprenden de nosotros que hay que ocultar el talento, que es mejor pasar desapercibido, que no hay que poner el talento al servicio del bien común porque lo común es no querer bien al talento. También es verdad que el brillo es muy difícil de esconder y a veces, me gustaría pensar que bastantes veces, sale a la luz. Y cuando lo hace siempre hay quien ve arrogancia en ese brillo, siempre hay quien parece exigir que ese brillo sea “humilde” y lo pongo entre comillas porque cuantas veces detrás de esta humildad que pedimos no están de nuevo miedos, inseguridades, mediocridades… Aprovecho para usar uno de esos argumentos de autoridad que dan calidad a un texto. En este caso la autoridad la da Santa Teresa al decir que “la verdadera humildad es andar en verdad”. Pues eso, que a veces no es soberbia ni arrogancia la que muestra ese alumno, ese amigo, ese compañero o ese ponente con talento que tenemos delante sino que simplemente expone lo que tiene, lo que sabe, lo que ha aprendido (quien sabe si a veces con dolor) así que no le hagamos ir pidiendo disculpas por la vida por tener talento. No hay nada que perdonar.
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
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