“Gracias a la vida…” es la letra de una canción pero para mí también es una letanía. La escuchaba de pequeña en una radio que mi madre tenía puesta en la mesa de la cocina. No sé si era antes de la radionovela, o después del consultorio de Elena Francis. Sólo sé que su letra, su música provocan en mí el mismo efecto que le provocaron a Proust aquellas magdalenas.
Hay momentos en que cuesta dar gracias a la vida. Hay momentos en que la vida pesa y es un lastre. Hay momentos en que uno desea abandonarse del mismo modo que hay vidas en las que uno piensa hay poco que agradecer. Pero me temo, intuyo con una de esas certezas que a veces se cuelan en la piel, que no así. Que la vida es poderosa, que hay algo que provoca siempre el permanecer, el seguir. Hace años oí a una mujer nicaragüense relatar como el huracán Mitch había levantado el techo de su casa con ella dentro, como vio volar sus cosas y con ellas parte de su vida, como se quedó sin nada y tuvo que recomenzar con la conciencia de que cualquier día podía volver a pasar. Lo contaba con crudeza y con humor, tanto que sus palabras no movían a la lástima sino a la admiración. Entonces, después y ahora, en los momentos de alegría pero también en los de dolor, vuelven a mí con fuerza esas palabras, resuena en mí esa canción, al modo de un lamento, una oración, una alabanza o quizás una súplica… Gracias a la vida.
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Hoy ha nevado en mi ciudad. No es nada habitual, por eso nos hemos acercado todos a la ventana a ver nevar y nos hubiéramos pasado así el rato si la rutina no hubiera impuesto su disciplina.
Y entonces ha surgido la idea… como la nieve. Nuestro quehacer docente debiera ser como la nieve. De caída suave, sin agravio pero incesante, buscando “cuajar” junto a otros copos. No siempre es así. A veces buscamos el deslumbramiento, el impacto a la manera del rayo en una tormenta. Reconozco el poder de atracción de este tipo de acciones educativas intensas y con mucho carisma, pero desconfío de su sostenibilidad en el tiempo. Es más, creo que su mayor valor está en su brevedad, en su rasgar la rutina, en su capacidad de extrañamiento. Hoy me ha dicho un alumno que me había emocionado al ver la nieve y tenía razón. Porque no siempre es necesario un rayo para invitar al asombro. Hay una gran belleza en la caída de los copos, cada uno distinto pero con ese efecto global que nos hace afirmar: “está nevando”. Como en nuestra labor en el aula, clase, clase, clase cada una diferente pero con ese efecto global de “estoy aprendiendo”. No importa que cada uno de nosotros seamos diferentes o demos nuestra clase de forma distinta pero debiera unirnos una caída, un deseo de llegar a nuestro horizonte, una gravedad “educativa” que nos guíe y nos marque el ritmo. El ritmo adecuado, el ritmo que permite ver cómo se va depositando, cómo se va aprendiendo, el ritmo que hace que se pose una capa y luego otra, casi sin esfuerzo, desde la ligereza que siempre, no sólo en educación, también en la vida, es tan difícil de conseguir. Como difícil es llegar, educar y salir de escena. Tan importante como educar y tan humano como el deseo de dejar huella es la humildad de pasar a formar parte del manto de nieve que ya ha caído. Hay que salir de escena, dejar que otros copos caigan, saber cuándo estás en el momento de educar y cuando hay que confiar en que otros continúen la labor. No es fácil y hay cierta nostalgia en ello. La misma que junto al asombro, he sentido al ver caer la nieve. Mañana es 8 de Marzo, día internacional de la mujer. Los partidos presumirán de sus cuotas, twitter se llenará de frases, instagram de fotos…hasta yo estoy aquí escribiendo este post por el hecho ser mujer.
¿Por qué un 8 de marzo? Porque un 8 de marzo de 1911 murieron 146 mujeres en el incendio de una fábrica en Nueva York, incendio del que no pudieron escapar ya que los dueños de la fábrica habían cerrado todas las salidas para evitar robos. Una tragedia que marcó antes y un después en los derechos de las mujeres trabajadoras y que hizo que ese día fuera representativo. Seguro que entre vosotros hay opiniones a favor de que exista este día y opiniones en contra. Para todo hay. Yo no voy a entrar en ese debate porque más que el día de mañana, me interesan los 364 días que quedan hasta el próximo 8 de marzo. Días en los que por el hecho de llevar una X, en lugar de una Y en tus genes (cosa por otro lado es completamente aleatoria) tienes más posibilidades de que no te permitan ir a la escuela, de que abusen sexualmente de ti o de que mueras por hambre o enfermedad. Un 50% de posibilidades antes de nacer, y muchísimas menos después. Posibilidades que se ven menguadas según donde has nacido (otra cuestión que depende del azar). Si eres de las que ha tenido la suerte de nacer en uno de los países que llamamos desarrollados, no veras limitado el acceso a la educación pero, eso sí, cobrarás menos por el mismo trabajo y tendrás un techo de cristal si aspiras a ciertos puestos directivos. No me preguntes por qué, porque no lo entiendo. Como tampoco entiendo a veces nuestra complacencia con esta situación. Tampoco lo entendía Emilia Pardo Bazán, que consiguió que un 8 de marzo (también un 8 de marzo) de 1910, las mujeres pudiéramos acceder a la universidad como los hombres. O tampoco lo entendieron todas aquellas sufragistas que pelearon para que hoy nuestro voto valga lo mismo que el de nuestros compañeros de trabajo o de vida. O como tampoco lo entienden todas aquellas mujeres y hombres (sí también hombres, que esto es cosa de todos) que con su trabajo, día tras día, ponen su granito de arena para que cada persona pueda desarrollar todo su potencial. Todos aquellos y aquellas que con su forma de proceder evitan que alguien se sienta discriminado o con el derecho a discriminar. Tras años en las aulas, me doy cuenta de que el talento no entiende de sexos. Que tengo alumnos talentosos y alumnas con mucho talento. Les miro y veo el futuro, pero me da coraje pensar que ese futuro puede estar más limitado para algunas que para algunos y que el límite no lo van a poner sus capacidades sino esa X o esa Y que llevan en los genes. Les miro y sé que algunas no se van a dejar, que van a llegar lejos y van a ser líderes en la profesión que elijan y en su vida. Y lo van a ser más allá de discriminaciones o cuotas. Sólo les pediría una cosa… que cuando llegue ese momento no se olviden de las que no han podido, porque sus circunstancias no se lo han permitido o no han sabido. Que pongan su talento al servicio de una sociedad más justa, una sociedad en la que nadie se crea más que nadie, pero tampoco menos... ni más ni menos que decía aquella rumba. |
AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
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