Este verano no ha habido avión, ni largas esperas ni nervios ante la cinta temiendo que la ruleta del aeropuerto se pare en mi nombre y mi maleta no aparezca.
Este verano la maleta la he llevado siempre conmigo en el maletero del coche a lo largo de miles de kilómetros. El viajar en coche me ha permitido compartir paisajes, conversaciones y canciones, muchas canciones, casi tantas como kilómetros. Las ha habido de todo tipo: canciones antiguas, de esas que te remontan a otra época que siempre parece mejor sólo porque eras más joven; canciones nuevas que te hacen creer que tampoco ha pasado tanto tiempo desde entonces; canciones conocidas que te permiten cantar algo más que el estribillo y canciones desconocidas que te prometes volver a oír y que acabarán perteneciendo a alguno de los grupos anteriores. Cientos de letras y melodías lanzadas al aire y entre todas ellas una frase que ha sido elegida sin yo ser muy consciente: “Quédate conmigo, que quiero hacer una canción para el alma”. Una idea que ha germinado y ha dado frutos, entre ellos una decisión muy personal: he decidido pasar de los “buenos” propósitos del mes de septiembre o mejor aún, tener sólo uno. Así que lo siento por las academias de inglés y por los gimnasios pero yo sólo quiero “Hacer una canción para el alma”. Y quien dice canción dice cuadro, dice paisaje, dice libro, dice amigo… porque de lo que se trata es de cuidar el alma. Y cada uno de nosotros sabemos cuáles son los cuidados que ésta necesita, dónde encontrar la dosis de belleza diaria necesaria, quienes son esas personas con las que nos sentimos en casa y a salvo de envidias y segundas intenciones, a qué lugares acudir cuando buscamos refugio de los afanes de cada día y qué palabras son un verdadero bálsamo para ese alma que viaja con nosotros desde hace años pero que sigue siendo tan delicada como el primer día. Sé que tendré que luchar contra las obligaciones, los “deberes” profesionales o personales que nos imponemos a diario, muchas veces por encima de lo que se nos pide. Sé que tendré que ignorar ese sentimiento de culpa que suele acompañarnos en ocasiones cuando no estamos “cumpliendo”, olvidando que siempre habrá un mandamiento que prevalecerá sobre los demás y no al revés. Y por último sé que esa melodía para el alma no puede servir de abrigo únicamente para mí. Cómo la capa de ese santo cuya tierra he visitado este verano he de ser capaz de partirla con todo aquel que se cruce en mi camino y la necesite. O mejor aún, he de ser capaz de entregarla entera a un leproso como un día hizo ese otro Santo cuya tierra visitaré una y mil veces. Ahora no se me pongan literales y me digan que ya no existen leprosos porque utilizaré el poco espacio que me queda en este artículo para invitarles a abrir los ojos y mirar bien a su alrededor. Seguro que al hacerlo se encontrarán personas con nombre y apellidos y el alma llena de llagas. Si es así, y aun sabiendo que quizás no les curará del todo recuerden que ellos también necesitan “una canción para el alma”.
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
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