A final del curso pasado, entre corrección y corrección, con la vista más puesta en las vacaciones que en las clases, una compañera manda un correo lanzando una propuesta para el curso siguiente. Una propuesta para trabajar entre áreas. Un tema de actualidad pero difícil. Lo sugiere, lo deja ahí para que soñemos y ahí se queda… como el aleteo de una mariposa, sin que aparentemente pase nada pero capaz de transformarlo todo. El aleteo se trasforma en viento cuando en septiembre otro compañero nos lo recuerda invitando a quien quiera a “liarse la manta a la cabeza”. Varios compañeros aceptamos el reto y ofrecemos nuestras áreas, nuestro talento y nuestras ganas al servicio de la propuesta. Pasamos de los correos al encuentro (el primero y penúltimo) donde ponemos rostro a las ideas y entre las aportaciones de uno y otro vamos creando un andamiaje. No queremos “repetir”, no queremos cansar a los chavales y provocar el “ahora a todos les ha dado por esto”, tampoco queremos abordarlo sólo desde una perspectiva porque el problema tiene muchas caras y nuestras asignaturas ofrecen las gafas necesarias para verlo. Y eso también es importante, no hace falta “salirse” de la materia sino aprovechar todo lo que esta ofrece al servicio del proyecto. Todo eso está ahí, más un poco de entusiasmo y otro poco de escepticismo. La ilusión no eliminó el ¿seremos capaces de encontrar los espacios y los tiempos?¿nos pondremos de acuerdo?¿será significativo?¿se llegará a un producto final digno?. En este caso, la dignidad no tenía nada que ver con la estética, con el “que quede bien, bonito”, se trataba de otra dignidad, la que se merecen los protagonistas de nuestro proyecto. Todos aquellos que han decidido salir de su tierra, de su casa, porque allí no tenían ni presente ni futuro, los mal llamados “refugiados” porque realmente no encuentran refugio en ningún lugar. Queríamos acercarnos a ellos desde la lengua, la literatura, la ciencia, los derechos, los conflictos, la historia y plasmar lo que veíamos para que otros comprendieran, oyeran, sintieran. Y nos pusimos a ello, cada uno en su materia, sin mucha coordinación, sin tener momentos para contrastar pero con un “Pepito Grillo” que desde el principio tuvo el proyecto en la cabeza y fue hablando con una y con otro, informando, animando y dando forma y un hogar virtual a todas las ideas. Nos pusimos un plazo y hubo que aplazarlo, pero el tsunami que empezó aquella mariposa estaba a punto de estallar y así fue. De los 25 profesores de la primera reunión pasamos a 7 en la segunda (y última). Había llegado el momento de exponer todo el trabajo realizado, había llegado el momento de darle unidad y coherencia. Y ahí es cuando todo estalla: profes y alumnos trabajando codo a codo, una biblioteca que se convierte en el centro neurálgico, un espacio que siempre está abierto y un equipo que siempre tiene aquello que necesitas. No importan las ausencias, importan las presencias, compañeros que no están en el proyecto y que te preguntan “¿En qué te puedo ayudar?” ”Sólo tengo diez minutos, pero dime qué hago”. Alumnos que cogen un lápiz, una tiza y surge la magia. Hay pocas cosas comparables a la experiencia de compartir y siento que hemos compartido mucho: talento, ilusión y sobre todo compromiso. Porque no quiero que el “subidón” me haga olvidar cuál es el horizonte del proyecto: concienciar, sensibilizar, acercar nuestra vida a la suya y transformar nuestra hostilidad en hospitalidad.
1 Comentario
Álex
2/9/2016 08:32:31 am
De lo pequeño viene lo inmenso. Bastan la confianza, el deseo de construir, las complicidades tejidas y vueltas a tejer. Gracias de corazón por haberme enseñado la pasión, a este y el otro lado del "encerado".
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AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
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