Hace tiempo que me preocupa, hace tiempo que me conmociona, hace tiempo que quiero elevar la voz sobre algo que no nos podemos permitir ni como sociedad ni como profesionales de la educación. Acabo de leer la noticia sobre el informe que ha hecho “Save the Children” sobre acoso escolar y las estadísticas que aporta han sido un nuevo mazazo en mi conciencia.
Seis de cada diez estudiantes dice haber recibido insultos y casi un 30 % golpes físicos. Y me imagino a alguno o alguna (no quiero pecar de excluyente) leyendo la noticia y pensando: “¿Y a quién no le han insultado alguna vez?” “así nos hacemos fuertes” “son bromas, están jugando”… Y me doy cuenta de que la banalización es parte del problema. Les aseguro que no pretendo lanzar balones fuera, es más, si hay algo que me inquieta es qué estamos haciendo en las escuelas para abordar este problema, o mejor dicho qué no estamos haciendo. Me preocupa especialmente esto último, me preocupa que seamos parte (por supuesto, no de manera consciente) de esa red cómplice sobre la alertan los últimos estudios sobre “bullying”. A veces con niños pequeños he oído expresiones del tipo “es que este niño no se sabe defender, no sabe reclamar sus derechos” “es necesario que aprenda a hacerles frente” como si el problema estuviera en la víctima y no en la agresión (nótese que no digo agresor), ignorando que lo que de verdad necesita un niño no es exponerle al peligro sino una red de apego seguro. Esa red que, conforme vaya creciendo, le permitirá enfrentarse a problemas, a negativas, incluso a “abusos”. Y ese apego, esa seguridad no se desarrolla en la confrontación, sólo el afecto y la certeza de que “se cuida” de ellos les hace realmente fuertes. Nadie nace “acosador” del mismo modo que nadie nace “víctima”, pero sí sabemos que determinados contextos favorecen el desarrollo de estos “roles” y el pacto de silencio que se establece alrededor y lo perpetúa. Por eso creo que debemos hacer hincapié en estos contextos que en la mayoría de las ocasiones no tienen que ver con la actividad del aula sino fuera de ella. Y ahí es donde debemos cambiar nuestra perspectiva. No puede ser que nuestra actividad educativa quede reducida al aula. No podemos permitir que el aula sea el aula y el patio, la selva. Y lo siento mucho, no me vale el argumento “siempre ha sido así”. Si estoy en esto de la educación es porque creo ella y en el potencial transformador que tiene sobre la persona, sobre su vida en todos sus tiempos y espacios. Así que o convertimos los patios en espacios educativos o traemos la realidad del patio al aula y trabajamos sobre ella. ¿Y qué podemos hacer? Pues de momento yo empezaría por tres cosas. Una: MIRAR, mirar de verdad lo que ocurre a nuestro alrededor, la soledad de esta niña, el “vacío” que le hacen a aquel otro niño, cómo busca este niña la atención metiéndose con esa otra y cómo algunas le “ríen la gracia” para sentirse aceptadas. Dos: HABLAR, poner esa realidad sobre la mesa, hacer que unos y otras entiendan cómo se sienten los demás. Y hablar con todos, porque es importante hacerles conscientes de cómo su silencio es cómplice. Tres: PROTEGER, inicialmente será necesario proteger a la víctima de nuevos abusos e irle proporcionando una red segura de apoyo que le permita recuperar su lugar y su confianza. Seguramente podremos hacer más, pero hemos de empezar por algo porque cada niño acosado, cada niño atemorizado, cada niño que con 11 años no puede con su vida es un alumno que nos mira a los ojos y nos interpela: "¿Y tú qué haces?"
0 Comentarios
Deja una respuesta. |
AutoraMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archives
Mayo 2017
Categorías |