Vaya por delante una confesión. Envidio a @alfredohernando y le envidio por varias razones. Le envidio porque ha viajado por todo el mundo y ha conocido sitios y personas increíbles. Pero le envidio aún más por el motivo que le ha llevado a realizar este viaje: conocer y experimentar las escuelas más innovadoras. Ahora es el momento en que debería justificarme diciendo que es una envidia sana pero tengo mis dudas sobre ese concepto. Lo que sí que me gustaría es decir que “de mayor” quiero ser como Alfredo Hernando… sino fuera porque ya soy mayor.
En cualquier caso, le agradezco que no sólo haya disfrutado del viaje sino que haya puesto sus palabras a disposición de todos aquellos que quieran compartirlo con él. Merece la pena hacerlo. No sólo por sus textos sino por el diseño y las ilustraciones que Jojo Cruz ha realizado y que, como las buenas ilustraciones, no se limitan a apoyar el texto sino que cuentan su propia historia. Si alguno piensa que voy a hacer “spoiler” del libro, que se quede tranquilo. Sólo quiero compartir algunas impresiones y descubrimientos que he hecho en el mismo. Si eso les lleva a leerlo ya estará bien. Y si además les lleva a pensar en su escuela, estará muy bien y ya si les lleva a emprender alguna acción, será como lo del “grano de mostaza”. En realidad cada escuela de la que habla es como ese grano de mostaza, pequeño en su tamaño pero grande en su fruto. Desde esa escuela-barco de Bangladesh que ha convertido el problema de las inundaciones en una oportunidad para educar desde el barco y atender a más de 88.000 alumnos hasta esas “Tapaderas educativas” que con la excusa de vender suministros para superhéroes tutorizan a niños y les dan apoyo escolar pasando por esas escuelas de la India que no parecen escuelas y que nacieron para alfabetizar a aquellos que no contaban en el mapa escolar. Alfredo Hernando llama a estas escuelas “escuelas 21” porque considera que realmente son escuelas del s.XXI y no porque estén en este siglo sino porque no se han quedado ancladas en estructuras del XIX. Él señala los elementos que tienen en común y sin querer matizarle nada, que para eso él ha estado allí y yo no, sí que me gustaría señalar un par de elementos que a mí me han resultado especialmente significativos. Uno: mirar a tu alrededor y ver qué se necesita. No tanto qué se lleva o qué nos gusta sino qué necesitan estos alumnos, este entorno en el que está mi escuela. Y dos: convertir tu problema, tu inconveniente en tu ventaja. La de veces que frente a cualquier cambio, hasta el más nimio y menos radical decimos “sí, pero…” y en ese pero colocamos al inspector, el dinero, el tiempo… mil excusas. En el origen de todas estas escuelas está siempre alguien que ha visto más allá del problema, que le ha dado la vuelta, que no se ha quedado en el "pero..." y ha buscado su ventaja. Sólo hay una cosa que no me acaba de convencer de este increíble proyecto pero que en absoluto arruina nada. Es más, no tengo claro si no es fruto de esa envidia “sana” de la que hablaba al principio. No me convence el término escuela 21. Me gusta la palabra escuela y aunque creo que ha sido usada, manipulada y quizás desvirtuada no creo que haya que ponerle apellidos, que deberíamos devolverle su verdadero sentido. Se trataría de cambiar el significado que ha ido perdiendo y no su significante. Por otra parte, entiendo la necesidad de diferenciarla y que ponerle un número no es cambiarla mucho. En fin, que “aceptamos barco”. To be continued.
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AutorMe llamo Asun. Soy licenciada en química y en psicología. Me dedico a enseñar pero me paso la vida aprendiendo. Archivos
Abril 2016
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